Describí lo que siente una hormiga en el instante en el que recibe el impacto de una gota de lluvia sin utilizar las palabras: hormiga, lluvia y agua.
La pequeña obrera corre apurada hacia el hormiguero. Sin querer se alejó de su fila, por distraerse con esas flores tan bonitas que sólo pudo observar, pero no cortar. Ahora, debe llegar rápidamente a su hogar, antes de que el oscuro cielo cubierto de nubes haga efectiva su amenaza de precipitaciones. Ya perdió de vista a sus compañeras, su única oportunidad de volver a su casa es usando su olfato aunque lo único que puede sentir es el olor a humedad, signo indefectible de que el cielo caerá sobre su cabeza.
De repente, sucede lo más temido: una luz enceguecedora ilumina aquella pradera, seguida del trueno más fuerte que jamás ha escuchado. Apresura el paso pero ya es demasiado tarde. Las gotas caen a su alrededor como bombas y no hay zigzagueo que pueda evitarlas. Una de ellas impacta de lleno en la cabeza del insecto, que siente cómo de a poco va perdiendo la sensibilidad de sus patitas. Segundos más tarde pierde el conocimiento mientras se hunde lentamente en el barro.
Despierta al día siguiente, bajo un luminoso sol matutino. Intenta mover sus patas, pero sólo le responden las dos posteriores. Valiéndose de ellas se arrastra por el barro seco hacia su hormiguero, y al llegar encuentra un horrible panorama: está vacío. Seguramente sus compañeras lo abandonaron ante el peligro caído del cielo.
Esto le quita todas las fuerzas, y se deja caer entregada a su destino. Triste final para un insecto social como ella, morir sola e inválida, junto a su viejo hogar.
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