A fines de la época republicana romana, el río Rubicón marcaba la
frontera entre el territorio de Roma, al Sur, y la provincia de la Galia
Cisalpina, al Norte. Esto implicaba que ningún general podía cruzarlo
con sus ejércitos en dirección a la capital, para evitar golpes de
estado y problemas militares internos.
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Cuando la República se
encontraba a las puertas de la Segunda guerra civil, Cayo Julio César
llegó con sus tropas a la orilla Norte del Rubicón. Sabía que si traspasaba
la frontera se iba a armar quilombo y no habría marcha atrás. Pensó y
pensó y tomó una decisión. Dijo "Ya fue, que se pudra todo", que en
latín se dice "Alea iacta est". Hay quienes lo traducen mejor como "La
suerte está echada" o "Los dados fueron lanzados".
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Cruzado el
río, Julito venció a los conservadores liderados por Pompeyo e inauguró
un gobierno autocrático. Pero esa es otra historia, al igual que sus
batallas previas con Ásterix y sus encuentros con Cleopatra.
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La expresión "Cruzar el Rubicón" nos quedó para hablar de esa acción que
nos lanza hacia algo con consecuencias irreversibles y donde sólo nos
queda avanzar. Algo similar a "Quemar las naves".
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Hay gente
que cruza el Rubicón alguna vez en su vida. Otros, lo atraviesan tantas
veces que ya les hacen un carnet de viajeros frecuentes. Y hay quienes
pasan todos sus años en la orilla, mirando hacia el otro lado haciéndose
visera en los ojos con la mano, imaginando qué hay más allá. Pero nunca
se atreven a cruzarlo.
¿Vos cuál sos?
viernes, 17 de enero de 2020
miércoles, 15 de enero de 2020
Y lo sacó de la copa
Mi vecina se llama Teresa. Es chiquita y
lleva sus 87 años de acá para allá muy despacito. El edificio no tiene
ascensor, así que subir al primer piso le lleva unos veinte minutos.
Jamás acepta ayuda. Ella puede. Lento, pero puede.
Su
balcón es el más florido que vi en mi vida. Tiene flores de todos
colores, algunas que nunca había visto. Unas amarillas con forma de
pelota, unas rosas con pétalos largos, unas violetas que bailan
suavemente con el viento.
Cada tarde, cuando cae el
sol, Teresa sale con una regadera enorme y, con una paciencia todavía
más grande, riega sus plantas. Me saluda y le pregunto por el nombre de
alguna, pero nunca lo puedo retener. No importa si hace frío o cuarenta
grados, ella siempre sale a cuidar sus flores.
Muchas veces me pregunto si es Teresa la que riega sus plantas, o sus plantas las que la riegan a ella.
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