viernes, 17 de enero de 2020

La mesa de entradas cerró, pa

A fines de la época republicana romana, el río Rubicón marcaba la frontera entre el territorio de Roma, al Sur, y la provincia de la Galia Cisalpina, al Norte. Esto implicaba que ningún general podía cruzarlo con sus ejércitos en dirección a la capital, para evitar golpes de estado y problemas militares internos.

Cuando la República se encontraba a las puertas de la Segunda guerra civil, Cayo Julio César llegó con sus tropas a la orilla Norte del Rubicón. Sabía que si traspasaba la frontera se iba a armar quilombo y no habría marcha atrás. Pensó y pensó y tomó una decisión. Dijo "Ya fue, que se pudra todo", que en latín se dice "Alea iacta est". Hay quienes lo traducen mejor como "La suerte está echada" o "Los dados fueron lanzados".

Cruzado el río, Julito venció a los conservadores liderados por Pompeyo e inauguró un gobierno autocrático. Pero esa es otra historia, al igual que sus batallas previas con Ásterix y sus encuentros con Cleopatra.

La expresión "Cruzar el Rubicón" nos quedó para hablar de esa acción que nos lanza hacia algo con consecuencias irreversibles y donde sólo nos queda avanzar. Algo similar a "Quemar las naves".

Hay gente que cruza el Rubicón alguna vez en su vida. Otros, lo atraviesan tantas veces que ya les hacen un carnet de viajeros frecuentes. Y hay quienes pasan todos sus años en la orilla, mirando hacia el otro lado haciéndose visera en los ojos con la mano, imaginando qué hay más allá. Pero nunca se atreven a cruzarlo.
¿Vos cuál sos?

miércoles, 15 de enero de 2020

Y lo sacó de la copa

Mi vecina se llama Teresa. Es chiquita y lleva sus 87 años de acá para allá muy despacito. El edificio no tiene ascensor, así que subir al primer piso le lleva unos veinte minutos. Jamás acepta ayuda. Ella puede. Lento, pero puede.
Su balcón es el más florido que vi en mi vida. Tiene flores de todos colores, algunas que nunca había visto. Unas amarillas con forma de pelota, unas rosas con pétalos largos, unas violetas que bailan suavemente con el viento.
Cada tarde, cuando cae el sol, Teresa sale con una regadera enorme y, con una paciencia todavía más grande, riega sus plantas. Me saluda y le pregunto por el nombre de alguna, pero nunca lo puedo retener. No importa si hace frío o cuarenta grados, ella siempre sale a cuidar sus flores.
Muchas veces me pregunto si es Teresa la que riega sus plantas, o sus plantas las que la riegan a ella.