martes, 25 de agosto de 2009

Hermosa lección



La carrera universitaria que estoy llevando a cabo me permite conocer gran cantidad de gente, de las más variadas procedencias, ideologías, colores, religiones y números de calzado. Con ellas comparto trabajos, aulas, o, al menos, pasillos.

Pero he de referirme aquí a una en particular, una muchacha. No sé su nombre, ponele que se llame "Estacióndeserviciocontresrampas". ¿Eh? No, pará, es muy cualquiera. Pongamoslé por nombre "Ángeles". Sé de ella que es de la provincia de Río Negro, nada más.



Ángeles y yo cursamos juntos una materia en la que nos enseñan, básicamente, a escribir textos argumentativos. Sí, pueden decir que no le he sacado el jugo a la asignatura y sigo escribiendo como un cavernícola, y de los más brutos; me importa un carajo, a mí la materia me gusta.

Pero no nos desviemos, por favor. Ángeles siempre llamó mi atención por su aspecto físico, que no se adecua ni por asomo a los estándares de belleza más comunes en estos tiempos.

Para empezar, su gran estatura (cercana al metro ochenta) y su andar desgarbado y carente de elegancia la convierten en un Juan Martín Del Potro versión femenina, que parece que fuera a tropezar con cualquier obstáculo del camino.

Luego está su pelo, del color y sensación al tacto de la paja. Esto último lo intuyo al mirarlo, no quiero decir que ande tocando cabelleras ajenas. El otro problema de este pelo es que no alcanzará jamás a cubrir unas enormes, dumbescas orejas que por su forma y tamaño, casi perpendiculares a la cabeza, podrían sin esfuerzo recibir todos los canales de DirecTV.

Finalmente, su largo y angosto rostro tiene como centro una nariz que constituye lo más parecido que vi en mi vida a una berenjena. Estoy en condiciones casi científicas de afirmar que nunca le faltará el aire.

De todas maneras me queda la sensación de haberme quedado corto en mi descripción; deberían verla para tener una idea más cabal de lo que digo.

Cierto día, me dirigía a pie a la facultad a cursar la materia que mencioné antes, esa de escribir textos de opinión. Andaba rápido, como siempre que voy solo, y de pronto me encontré detrás de Ángeles, que caminaba llevando su bicicleta al costado mientras charlaba con amigos. Aminoré la marcha y recorrí las dos cuadras que quedaban hasta la facultad riéndome en silencio del andar simiesco de Ángeles.

Entramos al aula, y antes de comenzar la clase, el profesor destacó un texto formidable escrito por un alumn@ que había argumentado en forma excelente su opinión, texto que podía, tranquilamente, ser publicado.

Instantáneamente miré a todos mis compañeros, tratando de imaginar de quién sería; obviamente no se trataba de mí. Enorme fue la sorpresa del curso entero al escuchar que el autor misterioso era nada menos que Ángeles. El profesor leyó el texto en voz alta y sí, realmente era bueno. La fea, la que no se ajusta a los parámetros de belleza, estaba demostrando que tenía cualidades, y de las importantes, mientras los lindos seguíamos escribiendo boludeces.

Hoy volvía a casa recordando aquel episodio, pensando en lo estúpido de juzgar a la gente por su aspecto físico sin considerar qué hay en su mente, o en su corazón. Realmente estaba reflexionando y convirtiéndome en una mejor persona.

Pero, de repente, a diez metros de la puerta del edificio en que vivo vi bajarse de un auto a un enano a quien le faltaba una pierna, y no pude evitar cagarme de risa por varios minutos. Una lástima; Ángeles me había enseñado una hermosa lección, pero yo no la aprendí.