viernes, 28 de febrero de 2020

Treinta

Tenía apenas meses, así que no vi por tele cuando cayó el Muro de Berlín. Y ni siquiera había nacido cuando el Diego levantó la copa. Entre mis primeros recuerdos están la guerra en Bosnia y haber visto Aladdín en el cine.

Hoy, las noticias hablan del coronavirus y en las salas están dando Parasite. Miro el resumen de la tarjeta. Me quedan seis cuotas de las últimas vacaciones pero ya tengo que empezar a planear las próximas, que voy a volver a pagar con guita que no tengo. Claro, si cada mes alcanza exactamente para el alquiler, comer, cargar la SUBE y alguna salida. Porque ahora, para existir, tenés que ir más o menos seguido a alguna cervecería y tener una opinión formada sobre cuatro o cinco variedades: que la ipa esto, que la scottish aquello. Si sobra un cachito de plata después de todo esto, se irá en un recital o un libro.

No trabajo de lo que estudié pero me gusta pensar que tiene alguna remota relación. Así que la mayor emoción de la semana es esperar la llegada del viernes. Al menos tengo el privilegio de no laburar los sábados ni los domingos. Ah, libertad. No sé para qué, igual. Quizás adelantar algunos capítulos de la serie en Netflix. O ver si consigo match en Tinder. Ir a algún lado en Uber. Si tengo paja de cocinar, pedir algo por Rappi. La tiranía de las apps. ¿De qué me sirve ahora todo lo que sabía sobre Windows 98? ¿Dónde quedó lo de "Ahora puede apagar el equipo"?

Perdón, paro un segundo para subir a Instagram una foto en la barbería, donde me acaban de hacer el corte de pelo reglamentario símil jugador de fútbol. Listo. Ah, no parezco tan feliz en la foto. Mejor otra más sonriente. Ahora sí. Esta va bien. Lo de la imagen es un tema serio, nuestra generación pasó por Fotolog, Facebook, Twitter, ahora Instagram... y preparensé para TikTok.

Afortunadamente hay un remedio para estas absurdas angustias: consumir. Muy de a poco estoy tratando de juntar para comprarme un auto. En un tiempo, desde luego, voy a cambiarlo por uno más grande. Y después otro más grande. Y todo así.

También hay espacio para socializar, eh. Siempre de la mano de gastar guita. Anoche fuimos en grupo a la casa de una pareja amiga. Abrimos un vino y elogiamos su calidad, aunque yo no entiendo nada y la única distinción que puedo hacer es entre tinto y blanco. Igual, dije que tenía buen cuerpo y todos coincidieron y celebraron la agudeza de mi comentario. Enseguida nos hicieron un petit tour por la casa y los felicitamos por su hermoso hogar, lleno de vinilos autoadhesivos en las paredes con frases sobre cómo ser felices, lograr las metas y esas cosas.

Uno de los pibes se manchó la camisa con salsa, pero el anfitrión le prestó una suya. Le pudo haber pasado a cualquiera, porque todos estábamos de camisa. La charla enseguida se fue a qué bien que le está yendo a Racing en este campeonato (¿volvió a aumentar el Pack Fútbol?) y los planes de tener hijos y Mercurio retrógrado y que CrossFit en tal gimnasio es más barato pero el profesor es medio medio.

El menú de la cena también incluyó palta, mix de semillas y dos veces la palabra "integral". No hubo postre pero tomamos café de cápsula mientras, en algún lugar del mundo, George Clooney se reía de nosotros. A pesar de todo fue una linda velada, creo.

Hoy es viernes y se supone que tengo que estar feliz. Qué presión, ¿no? A veces prefiero esperar a que llegue rápido el lunes y que todo vuelva a empezar.