Tenía apenas meses, así que no vi por tele cuando cayó el Muro de
Berlín. Y ni siquiera había nacido cuando el Diego levantó la copa.
Entre mis primeros recuerdos están la guerra en Bosnia y haber visto
Aladdín en el cine.
Hoy, las noticias hablan del coronavirus y en
las salas están dando Parasite. Miro el resumen de la tarjeta. Me
quedan seis cuotas de las últimas vacaciones pero ya tengo que empezar a
planear las próximas, que voy a volver a pagar con guita que no tengo.
Claro, si cada mes alcanza exactamente para el alquiler, comer, cargar
la SUBE y alguna salida. Porque ahora, para existir, tenés que ir más o
menos seguido a alguna cervecería y tener una opinión formada sobre
cuatro o cinco variedades: que la ipa esto, que la scottish aquello. Si
sobra un cachito de plata después de todo esto, se irá en un recital o
un libro.
No trabajo de lo que estudié pero me gusta pensar que
tiene alguna remota relación. Así que la mayor emoción de la semana es
esperar la llegada del viernes. Al menos tengo el privilegio de no
laburar los sábados ni los domingos. Ah, libertad. No sé para qué,
igual. Quizás adelantar algunos capítulos de la serie en Netflix. O ver
si consigo match en Tinder. Ir a algún lado en Uber. Si tengo paja de
cocinar, pedir algo por Rappi. La tiranía de las apps. ¿De qué me sirve
ahora todo lo que sabía sobre Windows 98? ¿Dónde quedó lo de "Ahora
puede apagar el equipo"?
Perdón, paro un segundo para subir a
Instagram una foto en la barbería, donde me acaban de hacer el corte de
pelo reglamentario símil jugador de fútbol. Listo. Ah, no parezco tan
feliz en la foto. Mejor otra más sonriente. Ahora sí. Esta va bien. Lo
de la imagen es un tema serio, nuestra generación pasó por Fotolog,
Facebook, Twitter, ahora Instagram... y preparensé para TikTok.
Afortunadamente hay un remedio para estas absurdas angustias: consumir.
Muy de a poco estoy tratando de juntar para comprarme un auto. En un
tiempo, desde luego, voy a cambiarlo por uno más grande. Y después otro
más grande. Y todo así.
También hay espacio para socializar, eh.
Siempre de la mano de gastar guita. Anoche fuimos en grupo a la casa de
una pareja amiga. Abrimos un vino y elogiamos su calidad, aunque yo no
entiendo nada y la única distinción que puedo hacer es entre tinto y
blanco. Igual, dije que tenía buen cuerpo y todos coincidieron y
celebraron la agudeza de mi comentario. Enseguida nos hicieron un petit
tour por la casa y los felicitamos por su hermoso hogar, lleno de
vinilos autoadhesivos en las paredes con frases sobre cómo ser felices,
lograr las metas y esas cosas.
Uno de los pibes se manchó la
camisa con salsa, pero el anfitrión le prestó una suya. Le pudo haber
pasado a cualquiera, porque todos estábamos de camisa. La charla
enseguida se fue a qué bien que le está yendo a Racing en este
campeonato (¿volvió a aumentar el Pack Fútbol?) y los planes de tener
hijos y Mercurio retrógrado y que CrossFit en tal gimnasio es más barato
pero el profesor es medio medio.
El menú de la cena también
incluyó palta, mix de semillas y dos veces la palabra "integral". No
hubo postre pero tomamos café de cápsula mientras, en algún lugar del
mundo, George Clooney se reía de nosotros. A pesar de todo fue una linda
velada, creo.
Hoy es viernes y se supone que tengo que estar
feliz. Qué presión, ¿no? A veces prefiero esperar a que llegue rápido el
lunes y que todo vuelva a empezar.