martes, 26 de mayo de 2020

Me revuelve las tripas

Hace poco, me invitaron a dar una charla a un colegio del que fui alumno. Creo que fue en concepto de "egresados exitosos". Ni me imagino cómo les fue a los demás, entonces.
Llegué medio sin saber qué decir y justo vi a Susana, la profesora de geografía. Eso me dio el pie para lo que quería decir:
"Susana, acá presente, nos enseñó algunas cosas sobre Bangladesh. Limita con India y Myanmar, es el octavo país más poblado del mundo, formó parte de Pakistán hasta 1971. Pero nunca nos habló de Salim.
"Salim vivía conmigo y trabajaba como lavaplatos en una pizzería en Italia. Venía de un pueblito al Sur de Bangladesh, un lugar con un nombre que nunca aprendí a escribir. Tampoco a pronunciar.
"Por la falta de laburo y oportunidades en su tierra, tuvo que ir a probar suerte a Europa. Trabajaba más de once horas por día, seis días por semana, por un puñado de euros que le alcanzaba para vivir y poder mandar un poco a su familia.
"Fumaba todo el día como una chimenea, pero el tabaco era su único vicio. Y mirar cada tanto un partido de cricket. Bangladesh es un país islámico así que no toman alcohol, aunque Salim, al no ser practicante, se permite un traguito cada tanto. Pero no está acostumbrado: una vez se juntó en casa con unos compatriotas a tomar una birra, y al rato estaba riéndose y chocándose los muebles. Lo mismo con el café, con media taza ya le temblaba la mano.
"Hablaba la lengua bangla de su país, el dialecto de su pueblo, un poco de italiano y otro poco de inglés. Nos costaba comunicarnos, pero cada tanto lo lográbamos y comíamos juntos el arroz de grano largo que preparaba con verduras y pescado o carne. Muuy picante. Todos los días el mismo menú: arroz con alguna otra cosa, que comía sin cubiertos. Directamente con la mano.
"Aunque vivía con la guita justa, siempre me ofrecía de su comida: 'Mangiare riso, mangiare'. Tuvo que aprender a cocinar a la fuerza, porque en su pueblo son las mujeres las que se encargan de eso, mientras los hombres trabajan. A sus treinta años, su familia veía mal que siguiera soltero, pero me contó que allá había una chica que lo esperaba para casarse.
"En su día a día, Salim debía lidiar con discriminación y maltrato. Que lo confundieran con un indio, que lo despreciaran por no hablar italiano, que no tuviera más opciones que lavar platos o vender chucherías en la calle. Sufrir el desarraigo y la soledad del inmigrante forzado, que es distinta a la de quien va a juntar kiwis a otro país para vivir una aventura.
"Con esto que les cuento no quiero atacar a Susana ni al resto de los docentes. Solamente quería recordarles que hay cosas que no se aprenden en el aula".