viernes, 18 de octubre de 2019

Liberté

— El amor en los viajes tiene algo de la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. ¿Sabés de qué te hablo? — me preguntó, mientras me acariciaba la nuca con sus uñas desprolijas de tanto comérselas.

— No, explicame.

Me encantaba que me hablara de estas cosas. Nos habíamos conocido en uno de esos hostels roñosos que no se parecen en nada a las fotos que publican en internet, pero están cerca del centro y desde ahí podés llegar caminando a todos lados. Empezamos a hablar de casualidad, quejándonos de unas manchas raras en las sábanas, y la conversación fluyó como hacía tiempo no me pasaba. Yo no sé francés y ella no habla castellano, pero a los ponchazos nos hicimos entender y logramos conectarnos. Las conversaciones eran así: me hablaba de en qué posición era más conveniente cagar y al rato estaba citando a Camus.

— Bueno — prosiguió — es bastante más complejo pero te cuento la parte que tiene que ver con lo que te quiero decir. Hegel explica en este mito que cuando se encuentran dos mentes, se produce una batalla entre ellas. A muerte, eh. Una de las mentes le teme tanto a la muerte, que, antes que morirse, prefiere someterse a la otra como esclava. Mientras que la que queda como ama, no le teme a la muerte y valora más la libertad.

Creo que entendí. Más o menos. Pero no logro captar qué tiene que ver con el amor. ¿Está diciendo que el amor es esclavitud?

— No estoy diciendo que el amor sea esclavitud, eh — dijo inesperadamente, como si me leyera el pensamiento — El amor es libertad. Pero era para hacer una analogía con los viajes: si dos personas se enamoran en el camino, una de las dos está tan enganchada que cambia todos sus planes para seguir a la otra. Mientras que la otra jamás lo haría, porque no negociaría esa independencia.

Ah, ahora sí. Por ahí iba. Debe tener que ver con que en pocos días yo sigo para el Norte y ella se va rumbo al Sur. Trataba de no pensar demasiado en eso. No porque fuera un paladín del carpe diem sino porque quería postergar ese sabor amargo. Bueno, tarde. Ya la idea me había hecho un nudo en la garganta.

Pero esperá. ¿Por qué me dice esto? ¿Quiere que deje mis planes y la siga? ¿Ella me quiere seguir a mí?

— Porque no es como que uno viva en Colegiales y el otro en Caseros — siguió. En realidad en su ejemplo usó suburbios de París, pero como ni los conozco los traduzco a algo más vernáculo —. De verdad tenés que dejar "tus cosas", pero no te molesta ni lo sentís como una ofrenda ni una concesión, porque entendés que es para tu mayor felicidad.

Como durante toda esta charla, me quedé pensativo, mirando el suave andar del río, mientras su mano paseaba por mi cuello. Ya había fantaseado en algún momento con ir con ella al Sur. Si ella estuviera de acuerdo, claro. O preguntarle si quería venir conmigo. Algunas veces parecía ser muy liberal y otras una monógama bastante tradicional. Pero el sueño de mi vida siempre había sido ver una aurora boreal y tenía que seguir viaje si quería llegar a tiempo.

Ir al Sur con ella sin las luces del Norte, o sentarme sin ella a ver la aurora boreal. Ahora que la había conocido, ambas opciones me parecían insuficientes.

Finalmente decidí sacarme la duda:
— ¿Me estás preguntando si quiero ir con vos?
— No. Nunca te pediría eso. Y yo no cambiaría mis planes para ir al Norte con vos. No es nada en tu contra, eh. Simplemente... no sé. Pero hay otras cosas que quiero hacer primero.

Pocos días después, tras una despedida más emotiva de lo que esperaba, cada uno siguió su viaje. Llegué perfectamente a tiempo para la aurora boreal. En su momento me lo negué a mí mismo, pero hoy puedo aceptar que, cuando miraba solo esas luces de colores en el cielo, la extrañé.

Al tiempo, volvió a París y se casó. Hoy, cada vez que miro correr las aguas de un río, me pregunto qué habría pasado si me hubiera ido con ella.