viernes, 22 de febrero de 2019

- Amor, mirá a aquella pareja, los dos boludeando con el teléfono y ni se hablan, nunca seamos como ellos, ¿sí?.. che, ¡dejá el celular y dame bola!

jueves, 14 de febrero de 2019

Anita

Acabás de bajar del avión en el aeropuerto de Hong Kong. Hasta ahora, un aeropuerto como cualquiera, pero con alguna particularidad. En los carteles, los caracteres chinos conviven en pie de igualdad con palabras en inglés. El tren que va hacia el centro no se puede pagar con tarjeta, así que a buscar un cajero. Hace tiempo que decidiste que no es ninguna vergüenza usar esos carritos para llevar el equipaje en el aeropuerto. Eso libera a tu cuerpo al menos por un rato de cargar con el peso de tus bártulos. Ponés las dos mochilas encima, la grande y la chiquita, y encarás para el cajero. Dejás el carrito a un costado y sacás unos dólares para el pasaje de tren.

Cuando mirás de nuevo tus mochilas, enseguida notás algo raro: ¡falta la más chica! ¡No puede ser, te falta la mochila! Pasaporte, computadora y otras cosas chiquitas pero muy importantes, desaparecidas. Estás solo, a miles y miles de kilómetros de alguien conocido. Te resistís al primer impulso, que es hacerte una bolita en el piso y ponerte a llorar. Hay que actuar. ¿Habrá un consulado argentino en Hong Kong? ¿cuánto me va a costar un pasaporte nuevo emitido acá? Va a tardar una bocha, ¿no?

Esperá. Bajá un cambio. Tratá de pensar qué pasó. Es difícil que te la hayan robado, mal que mal el carrito estuvo en tu campo visual casi todo el tiempo. Un robo no es imposible, pero es poco probable. Quizá se te cayó. ¿Te acordás positivamente de que la mochila estuviera en el carrito cuando la dejaste al lado del cajero? La verdad, no. Tal vez para entonces ya no estaba.

Tenés que volver sobre tus pasos y buscar. "Hola señor, ¿vio una mochila verde así y asá?". "No". Cada segundo que pasa necesitás más respiraciones para bajar la ansiedad y no caer en la desesperación. Nadie vio nada. ¿Habrá cámaras? ¿A quién le puedo preguntar? "Hola señor que parece ser de seguridad, ¿a dónde puedo ir si perdí mi mochila?". "Preguntá en aquel escritorio".

Llegás. No creés que vaya a servir de mucho - ¿y qué cosa sí serviría? - pero hay que agotar las instancias disponibles. Le decís a la chica que perdiste la mochila. Sí, verde. De este tamaño más o menos. Hace unos quince minutos. Sí. Sí, está el pasaporte. Ahí escuchás una respuesta increíble: "La tenemos, está en el otro mostrador". En un suspiro de alivio largás todo el aire contenido, todos tus músculos aflojan la tensión insoportable que tenían y casi te desplomás en el piso. Gracias, gracias, gracias. Querés saltar el mostrador y darle un abrazo. Te contenés.

Vas al otro escritorio. Ya más tranquilo. "Qué tal, vengo del mostrador de allá, me dijeron que acá tenían mi mochila". "A ver, decime qué tenía". Le decís. Te pregunta tu nombre en el pasaporte. Tu respuesta es la correcta y con una sonrisa saca la mochila de abajo de la mesa y te la da. "La encontró una mujer del cuerpo de voluntarios". "¿En serio? ¿Dónde está?". "Por la puerta de allá, se llama Anita".

La vas a buscar y la encontrás. Anita. Tu salvadora. Una señora jubilada que pasa un día a la semana como voluntaria en el aeropuerto, guiando a los visitantes y respondiendo a consultas sobre la ciudad. Te cuenta que extraña un poco el Hong Kong de décadas atrás y que le gustaría ir a Argentina a ver bailar tango. Ella encontró tu mochila caída del carrito y la llevó al mostrador de información. Gracias, gracias, gracias. Esta vez no te contenés y le das un abrazo. Gracias Anita. Gracias.

lunes, 11 de febrero de 2019

Después de aquella tarde en la que dijimos basta, eliminé de mi telefóno la contraseña del wifi de tu casa, como un acto de valentía y de seguir adelante. Pero una conexión como esa no se borra apretando dos botones.

jueves, 7 de febrero de 2019

Burbujas

- ¿De dónde sos?
- De Argentina
- Ah, ¿y de dónde en Argentina?
- Buenos Aires, la capital.
- "La ciudad de los ángeles", ¿no? ¿está lleno de estatuas de ángeles?
- Ehh, no...
- ¿No es ahí donde hacen esos desfiles coloridos en la calle todo el tiempo?

La señora no tenía idea de Buenos Aires. Me hizo pensar en cuánta gente andará por ahí sin saber de la existencia de esa ciudad que muchos amamos y vemos tan parecida a París... y al revés, lo mismo: ¿de qué nos estaremos perdiendo?

lunes, 4 de febrero de 2019

Y la poesía cruel de no pensar más en mí

Un amigo extranjero me preguntó hace poco cuál es la mejor época para visitar Buenos Aires. Yo diría que es entre otoño e invierno, para escapar del calor espantoso y húmedo del verano. Pero, especialmente, para disfrutar del día frío, de bufanda, con llovizna, desde la ventana de un bar.

Desde ahí, como si el tiempo se detuviera para mí pero no para los demás, me encanta disfrutar de ese café que larga humo, al igual que la gente que va apurada por la vereda esquivándole el paso a las baldosas flojas.

Ese bar en donde pensaba cuánto ha pasado en este tiempo, para vos y para mí. Si pudiéramos encontrarnos, sea en este café o en otro, no seríamos más que dos extraños. Dos extraños con un pasado común, como si fuéramos dos compañeros de secundario que nunca más nos vimos hasta ahora y charlamos de vaguedades como "qué fue de tu vida todos estos años?".

Fueron muchas cosas, que no puedo resumir en veinte minutos, media hora de charla. Así que la repuesta sería automática y superficial: "bien, y vos?", "bien", "che, qué bárbaro esto del dólar".

Pero cómo me sentí, cuánto te extrañé, todo lo que de verdad me pasó... eso no entra en lo que dura un café o dos. Las veces que sentí que estaba a punto de ser feliz y de pronto vos aparecías, como un recuerdo atravesado, para derrumbar de alguna forma esa felicidad.

Y las cosas que cambiaron. Ya no voy a la cancha. Me amigué con mi panza, o al menos dejé de intentar combatirla. No disfruto más de ir parado en el tren como antes. Otras siguen igual: todavía odio a la vieja de al lado y ella me odia a mí. Ah, y pienso en vos cada vez que hay olor a jazmín.

No puedo contarte nada de todo eso. Porque para mí, en ese bar, el tiempo está detenido, pero para los demás sigue corriendo. Vos tenés una rutina, cosas que hacer. No te podés quedar a escuchar cómo es mi vida sin vos, pero con vos.

Así que charlamos un ratito más y ahí termina nuestro encuentro. En eso quedó todo lo que fue nuestra historia. En un no final.