miércoles, 30 de enero de 2019

Coincidencias

- Amor, digamos a dónde nos gustaría estar ahora. Esperá, mejor: digamosló a la vez, ¿dale?
- Dale.
- Uno, dos, ¡tres!
- Vos y yo en una playa del Caribe.
- Solo y maldormido en un aeropuerto en algún país de nombre impronunciable esperando a que salga el vuelo con cosquillas en la panza por la nueva aventura por venir.
- ...
- Creo que tenemos que hablar.

jueves, 3 de enero de 2019

Mosca

Enero. El calor y la humedad asediaban. El aire era pesado y hasta el suelo transpiraba. La gente caminaba pegada a las paredes, mendigando migajas de sombra para refugiarse del impiadoso sol. Pero Martín Molina no. Él iba rapidito, por el medio de la calle desierta, mientras sus pies casi se hundían en el asfalto blando. La mochila estaba prácticamente pegada a la espalda por la transpiración que empapaba toda su ropa.

Martín Molina sabía que esa horrenda sensación era temporal. En pocos pasos estaría en su habitación, pequeña y deprimente. Oscura y sin ventanas. Con las paredes manchadas. Con el piso de cemento alisado lleno de grietas. Sin embargo, ese pequeño espacio de no más de diez metros cuadrados guardaba su mayor tesoro: un aire acondicionado, que todavía estaba pagando a costa de dejar de ir al bar los viernes. Ya soñaba con encenderlo y echarse en la cama, transpirado como estaba, a no hacer nada más que enfriarse.

Ya casi estaba. Abrió la desvencijada reja del edificio y subió a los saltos los tres pisos por la escalera. Entró, encendió el aire, se sacó la ropa y se dejó caer sobre la cama con los brazos abiertos. Había llegado el mejor momento del día, el momento fresco, que se había ganado con su trabajo, de más horas diarias bajo el sol de las que cualquiera soportaría. Así que no le importaba pasar otras privaciones, porque tenía aire acondicionado.

Quince minutos de quietud le bastaron a Martín Molina para bajar la temperatura de su cuerpo y poder pensar en algo que no fuera el calor. Fue entonces cuando lo notó: un zumbido insistente. Se estremeció al imaginar que algo pudiera funcionar mal con el aire acondicionado. Pero no, no era eso. Venía desde otro lugar. Iba y venía en realidad, porque se trataba de una mosca que recorría la habitación en un vuelo sin descanso.

"Bueno, es sólo una mosca", pensó. "La dejo que haga lo que quiera, siempre fui malísimo para matarlas. Además, si abro la puerta para espantarla se va a escapar el aire frío".

No tardó un minuto en observar que no era sólo una mosca, sino dos. Este nuevo descubrimiento lo incomodó, pero decidió convivir con ellas y compartir el fresco de su aire acondicionado.

Una hora después, Martín Molina ya no se sentía a gusto con sus compañeras de habitación. Mientras una le zumbaba cerca de un oído, la otra le caminaba por las partes donde la piel era más sensible. Entre las cosquillas y el ruido no podía hacer nada. Bueno, no es que tuviera grandes planes, únicamente quería estar acostado sin tener calor. Pero hasta ese proyecto se veía arruinado por la presencia de la pareja de insectos.

Se cansó del cargoseo y se levantó a abrir la puerta para que las invasoras salieran de su habitación. Un pensamiento lo detuvo en seco cuando tenía la mano sobre el picaporte: ¿y si por hacer eso entraban más moscas? Meditó por unos segundos y consideró que podría seguir tolerando a dos, pero de ninguna manera soportaría a más. Lo mejor sería aguantar un tiempito al par de molestias y no arriesgarse a que se le llenase la pieza de insectos.

Dedicó unos cinco minutos a tratar de matarlas. De un aplauso. A golpes de remera. Aplastándolas contra la pared. Pero nada. Esos demonios alados se burlaban una y otra vez de sus intentos. Se dio por vencido y apeló a su tolerancia.

Martín Molina volvió a acostarse y cerró los ojos. Estoicamente dejó que las moscas se pasearan por cada rincón de su cuerpo y que le cantasen al oído, a veces en uno, a veces en los dos. Seguía creyendo firmemente que esto era el mal menor y que abrir la puerta sería tomar un riesgo innecesario. Pensó en que no tenía agua ni comida, pero calculó que no lo necesitaría. ¿Cuánto tiempo podrían tardar esas dos moscas en morirse?


En enero, los cadáveres empiezan a largar olor en menos de un día, incluso en un ambiente con aire acondicionado. Cuando la fetidez comenzó a invadir el edificio, los vecinos tiraron la puerta y encontraron el cuerpo de Martín Molina sobre la cama, con dos docenas de moscas que revoloteaban a su alrededor.