viernes, 31 de diciembre de 2010

qwertyuiop

Qué mejor para terminar el año que manifestar mi repudio a taaaaanta publicidad referida a la sequedad vaginal y al tránsito lento.
DEJENSÉ DE ROMPER LAS PELOTASSSSSSSSSSS

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Síganlo, no los va a defraudar

- ¡Pero, la pucha! ¡Con este clima! - se quejó apesadumbrado el ex presidente, de pobladas patillas él. Debido a las inclemencias meteorológicas, el avión que lo transportaría desde Santa Fe hasta su La Rioja natal no podría despegar por unos días, ya que había lluvias previstas para toda la semana.
- Vamos a tener que ir en el auto, Don Carlos.
Emprendieron el largo viaje.
Mientras tanto, a unos cientos de kilómetros de allí, un hombre de ojos achinados y bigote fino esperaba, aguantando estoicamente esa densa lluvia que azotaba a aquella región del país.
Sabía que pasaría por ahí en cualquier momento; lo sabía desde la noche en que ella le habló en sueños. Tan seguro estaba de lo que iba a hacer este paisano, que no le importaba la lluvia. Por eso descartó refugiarse en la vieja estación ferroviaria abandonada, que estaba cerca de aquella ruta. Prefirió quedarse junto al camino, con la mirada fija en el horizonte, aguardando.
Luego de unas horas, vio una luz que se acercaba a toda velocidad. Miró alrededor: sólo se veía campo, recibiendo sediento esa imponente lluvia que hacía tanto no llegaba. Y a un lado, solitaria, triste, la derruida estación.
El paisano se acomodó la pistola en el cinturón, confirmando que estaba ahí, y se paró en medio de la ruta agitando los brazos, como pidiendo que lo lleven a algún lado.
El automóvil negro casi lo atropella; si bien era de día, la ya insoportable lluvia hacía difícil la visibilidad. Cuando el vehículo se detuvo, la ventanilla trasera derecha se bajó, y asomó la cabeza el ex presidente, quien dijo rápidamente:
- ¡No se moje más, muchacho! ¡Suba que hay un lugar!
El paisano no contestó, sólo lo miraba fijamente. Al no recibir respuesta, el ex mandatario abrió la boca para insistir, pero el extraño ya había desenfundado. Menos de un segundo después, estaba disparando sobre la cabeza de Carlos Saúl Menem, quien murió en el acto, con la cara llena de agujeros.
Las tres balas restantes fueron para el conductor del auto y los dos acompañantes. Dejó sus cadáveres allí, y sólo tomó el del líder riojano. Lo arrastró hasta la estación abandonada y lo enterró junto a las vías, oxidadas y cubiertas de yuyo.
En ese momento, la lluvia cesó, las nubes se disiparon y un sol radiante inundó el paisaje. El paisano se sacudió el barro de las manos y sacó una foto de Norma Plá del bolsillo de su pantalón.
Respiró hondo, miró al cielo y besó la imagen, sintiéndose lleno de paz.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Trasero de cerdo y patatas

Es más que obvio que si dejásemos de lado la soporífera obligación de usar ropa, en un par de generaciones se erradicaría la obsesión por la desnudez. Es cuestión de tomar la iniciativa nomás.
Y de mudarse a un lugar caluroso, para evitar achicharramientos.

domingo, 12 de diciembre de 2010

No tengo edad ni porvenir

Tuve la oportunidad de visitar el mercadito chino del barrio de un amigo. Y a diferencia de los chinos de la vuelta de mi casa, estos se habían integrado, en pequeños detalles, a la sociedad argentina.
Pero quiero mencionar sólo al más importante de ellos: el chino de la caja nos cobró $22,50 y, al recibir un billete de 50, nos preguntó si teníamos cincuenta centavos, tal como hacen los comerciantes connacionales.
Enorme diferencia con "mis" chinos, que con tal de reducir al mínimo el contacto con el cliente, aunque sea verbal, te dan vuelto aunque le pagues con quinientos euros.
Una muestra del ímpetu de integración de algunas gentes, y de la oriental mala onda de otros.

martes, 7 de diciembre de 2010

La etiqueta me picaba el cuello

Esto podría ir en Reflexiones en trasporte público, pero como fue formulado mientras caminaba, quedará en la nada.
Resulta que iba por una zona cercana al centro, y vi una parejita que caminaba, de la mano. Cada tanto, paraban e intercambiaban un poco de saliva, lo normal. Pero lo que me llamó la atención de esta pareja, es que él era ciego.
Ahí fue cuando arrancó la catarata de preguntas:
¿Él ya era ciego cuando se conocieron? ¿hasta qué punto la mina lo quiere posta, y qué tanto está con él por lástima? O quizá mientras noviaban, él tuvo algún inconveniente que le hizo perder la vista; entonces, ¿ella se quedó con él por temor a ser una garca que abandonaba a un ciego?
O tal vez, la mía sea sólo una visión perversa, fría y misántropa, y ella realmente esté enamorada. Pero la mente humana está muy limada, lo sabemos. ¿Lo sabemos?

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Nuestra identidad

María volvió feliz su a casa aquel caluroso mediodía de noviembre. Recorrió las once cuadras entre la escuela y su hogar con una sonrisa imborrable, brillante, que contagiaba a todos los que se cruzaban con ella. La felicidad se debía a que Adela, su querida maestra de su querido tercer grado, la había elegido para protagonizar el acto de fin de curso; interpretaría el papel de Argentina.

Apenas llegó, iba a contarle a su mamá la novedad. Pero recordó que la señorita les hizo prometer que no les dirían nada a los padres, ya que el acto sería una sorpresa. Además, cada alumno debía confeccionarse su disfraz sin ayuda, con lo que tuviera a mano.

Almorzó en silencio, aunque sin dejar de sonreír. Su madre atribuyó esa expresión a las papas fritas que había en el plato, por lo que no preguntó nada más allá del clásico "¿cómo te fue hoy?". Sólo obtuvo un "bien, re bien" como respuesta.

Cuando terminó de comer, y luego de ayudar a su mamá a juntar la mesa, María corrió a su habitación y abrió el placard. Seleccionó la ropa que utilizaría en el acto, la dobló prolijamente y la guardó bajo la cama, en una bolsa. Si bien faltaban quince días para la fiesta, quería estar preparada con antelación.

Una semana antes del cierre del año lectivo, durante un ensayo, la señorita Adela les preguntó a sus alumnos, uno por uno, cómo iban con la cuestión de los disfraces. San Martín y sus granaderos dijeron estar listos. Belgrano sólo necesitaba conseguir las botas. Sarmiento, por su parte, no sabía cómo representar la calvicie.

¿Y María? La maestra le preguntó dos veces si ya tenía todo preparado, porque sería la protagonista del acto y debía estar impecable. Después de todo, representaría nada más y nada menos que a la Argentina, al país entero.

La pequeña, con sus trenzas rubias radiantes y su sonrisa blanca y encantadora, le contestó las dos veces que sí, que estaba todo listo, y sin ayuda de nadie. Estaba más que entusiasmada con el papel que le había tocado.

Finalmente, llegó el gran día. Para que su mamá no viera el disfraz, María se puso una campera larga. No importaba el calor que hacía; quería conservar el manto de sorpresa del acto para el que tanto habían practicado.

Entró a la escuela de la mano de su madre, y vio que todos sus compañeritos habían tenido la misma idea. Pese a que el sol pegaba fuerte y hacía quejarse a las chapas del techo del gimnasio, todos los chicos estaban con sus abrigos, ocultando los disfraces de los ojos de los padres.

La maestra llamó a los alumnos de tercero detrás del telón, para que dejen sus camperas y se preparen para el acto. En cuanto vio lo que tenía puesto María, la tomó del brazo y la alejó del grupo. La pequeña estaba extrañada, tanto que no atinó a hacer nada más que caminar. La señorita Adela la reprendió fuertemente, diciéndole que en su último año como docente no iba a tolerar que una mocosa le tomara el pelo de esa manera, delante de toda la gente, y la echó del lugar. Sería reemplazada en el papel por Camila, esa chica petisita que no le caía bien a nadie.

María sólo atinó a correr hasta su casa, con los ojos empapados en lágrimas, y se encerró en su cuarto a llorar. A un lado de la cama, dejó la vincha de plumas, y la túnica multicolor.

¿Qué pasaba? ¿Acaso era la única que creía que la Argentina era de los aborígenes?