lunes, 26 de marzo de 2018

Cuando paró en el quiosco y pidió una gaseosa, no la eligió: el quiosquero simplemente tomó la lata al azar de la heladera.
No lo sabía, pero había comprado la lata ganadora. La del premio de un millón de dólares escrito en el fondo.
Sin saberlo, la abrió y empezó a tomar. ¡Qué alivio! Hacía tanto calor...
No sabía que tenía en su mano derecha la lata ganadora, pero ya había pensado más de una vez qué haría en caso de ganar un premio así.
Primero, tapar todos los agujeros de las deudas. Después, un par de casas, o tal vez departamentos, para dejarle algo a los chicos. Y ahí sí, comprarse la moto y salir a recorrer.
Cambió la lata de mano para que le pegue menos el sol.
Ignorando que se trataba de la lata ganadora, siguió tomando mientras cruzaba la avenida rapidito para no derretirse ante el calor.
No sabía que iba a ser dueño de un millón de dólares cuando dio el último trago, largo, la dosis final de dulzura y frío antes de volver al tedio del trabajo.
¡Listo! Ahora sólo tenía que cerrar un ojo y con el otro espiar por el agujerito para ver el fondo y encontrar el mensaje que cambiaría su vida para siempre.
Sin saber que tenía en su poder la lata ganadora, la del premio de un millón de dólares, la estrujó con un suave movimiento de la mano y la tiró en el tacho de basura común. Y volvió al laburo.

viernes, 16 de marzo de 2018

La Australia invisible


En la última Bledisloe Cup, los Wallabies homenajearon a sus jugadores indígenas con una camiseta alusiva. Un gesto para una parte de la población que ha vivido relegada desde la llegada de los británicos en el siglo XVIII. ¿Cómo viven los aborígenes australianos y cuál es su relación con el rugby?

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jueves, 1 de marzo de 2018

Como si fueras un camello

El fútbol nació como divertimento popular allá por la Edad Media. Tras prohibiciones por su violencia, resurgió en los colegios y universidades inglesas. Desde allí se expandió a todo el mundo y se volvió una pasión para millones de personas. Más tarde, en el transcurso del siglo XX, se fue convirtiendo en un negocio para unos pocos.

Pero para hablar de cosas que se desviaron de su camino, nada como el sandwich o sánguche.
Como todos sabemos, su invención se atribuye al británico John Montagu, IV conde de Sandwich, en el siglo XVIII. Fanático de los juegos de cartas, el conde no quería cortar la partida para almorzar o cenar. Entonces, ideó como solución pedir carne entre dos rebanadas de pan, para poder comer sin ensuciarse los dedos y al mismo tiempo manipular los naipes con las manos inmaculadas. Luego, la historia le dio su nombre al invento.

Sin embargo, hoy vemos sánguches con rellenos demasiado abundantes que se vuelcan por todos lados o humedecen el pan y lo rompen, de manera que al comerlos las manos quedan tan enchastradas como si directamente agarraras todo con los dedos.

¿Cuál es la gracia entonces de un sánguche que te deja todo pegoteado y tenés que lavarte las manos después de comer? ¿No estaríamos pifiando el concepto? ¿Cuándo dejamos que se degenerara de esa forma?