domingo, 10 de noviembre de 2019

Lela

Cuando me iba de tu casa, me saludabas desde el balcón hasta que cruzaba la plaza. Me causaba gracia que, a tu pesar, te parecías a Evita.
Pero para mí fuiste más que Evita, porque era con vos que charlábamos hasta tarde en el balcón, eras vos la que roncaba en mi cuarto, eras vos la que me esperaba con milanesas.
Eras vos la que me llevaba de la mano por las calles de la infancia y me enseñaba cómo sonaban las letras cuando iban juntas. La de los mates extra dulces. La de los libros. La de "que te destapen la gaseosa adelante tuyo". La que se levantaba a cualquier hora a mirar tenis, la de Isabel Pantoja y del tango. La que curaba el ojeado y amasaba ñoquis en un toque.
Un día te fuiste. Estabas ahí, pero te habías ido. No te bancaste más a la tristeza, tu vieja compañera de vida, y decidiste olvidar.
Cuando medía apenas un metro te había prometido que cuando fueras vieja (parece ser que, para mí, todavía no lo eras) te iba a ayudar a cruzar la calle. No tuve muchas chances, porque tampoco quisiste caminar más.
Hasta que te fuiste en serio. Formalmente, digamos. Sin vos, Buenos Aires es más gris. Pero te tiene también en cada esquina, y por eso es mi ciudad favorita en el mundo.