Iván Pavlov no lo sabía, pero su perro también era un científico. El experimento del can consistía en mover la cola y mostrarse contento cada vez que Pavlov ingresaba a la casa. Así, una tarde, se dio cuenta de que el humano ya se ponía contento de antemano al abrir la puerta, pues esperaba su cálido recibimiento: su corazón empezaba a latir con más fuerza y una sonrisa pintaba de felicidad su rostro. Conclusión del perro: Pavlov estaba condicionado.
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