sábado, 12 de diciembre de 2009

¡Feliz cumple Alfredito!

El hecho de tener que ir a pagar cosas ya rompe las pelotas.
Claro, ¿a quién carajo le puede gustar desembolsar dinero cada dos meses a cambio de la posibilidad de prender la hornalla rápidamente y sin necesidad de tener que hacer un fogoncito cada vez que a uno se le canta cocinar o poner agua para el mate? (Qué oración larga eh, y sin comas ni nada. Leéla en voz alta y se te pudre la garganta). Ni hablar de pelotudeces como el seguro que es algo que jamás te va a responder y como buena empresa llena de abogados te va a embocar en todo lo que pueda.
Pero he aquí que el problema no es pagar. Bueno, sí es, pero hay otras cosas también. Llegás a esos lugares de "pago rápido" y te chocás contra la realidad que reside en la ironía del nombre de los establecimientos. "Es el caso de publicidad engañosa más sonado desde 'La historia sin fin'", diría un amigo. Apenas entrás al lugar, una cola larguiiiiiiisima llena de viejas hablando del clima te advierte que si estabas apurado, mejor vuelvas otro día. Pero no podés volver otro día, porque es el ultísimo vencimiento y si no después viene la mierda de la reconexión y esas cosas. Tendrás que llegar tarde a pilates, entonces.
"¡Qué cosa los del servicio meteorológico, no pegan una! Hoy salí con paraguas y mirá el sol que hay"; "Sí, mi hija, la que estudia medicina, ¿vistes? Es un bocho la nena"; "No, por suerte no volví a tener hemorroides... ¡ay pero no sabés mi hermana Cuca!". Las conversaciones de la fila taladran tu mente, haciéndote perder poco a poco el deseo de vivir. Alguna vez oí historias sobre gente que conoció al amor de su vida haciendo la cola para pagar la luz. Salvo que tengas gerontofilia, es jodido, porque jamás van minas lindas a pagar las cosas. ¿Cómo es eso? ¿Te van a instalar el cable, y si estás buena te eximen del pago a perpetuidad? O capaz el pelotudo soy yo, que voy siempre a la sucursal enfrente al geriátrico. Cómo saberlo.
De repente, algo altera la paz del lugar. Un gordo hijo de puta que le reclama al empleado del local, puteandoló de arriba a abajo por el aumento exponencial en su factura de teléfono. A ver, imbécil, ¿qué culpa tiene el flaco que cobra de que los usureros de mierda de la empresa te aumenten las cosas? ¿o qué culpa tiene de que sin mediar aumento, la conchudita de tu hija se la pase hablando por teléfono con las amigas en vez de usar el msn, que es cuasi gratis? Pero no, el robusto hombre sigue sin entender, y no conforme con romperle las pelotas al cobrador extiende su negativa influencia a la vida de los demás pobres diablos que estamos detrás en la cola.
Luego de recordar para tus adentros los nombres de todos tus compañeritos de jardín como método para entretenerte, llega el orgásmico momento de acceder por fin a la ventanilla. Oh yeahhhh, sentís que estás viendo a Dios detrás del vidrio, que te va a elevar sobre el mar y a mostrarte las delicias del universo... pero algo te vuelve a la Tierra. Es la monolítica cara de ojete del empleado, que siempre, vayas a donde vayas, padece de avanzada calvicie y te recibe con toda la mala onda que cabe en una habitación. Hay que entenderlo, soporta durante todo el día a especímenes como el gordito reclamón, gente que garpa todo con cien mangos y boludos que se olvidan cosas. Aún así, ¿es necesaria esa expresión anal para atenderte? No hay derecho: encima que vas a pagar (acto inherente a la existencia capitalista que nadie puede disfrutar), te hacen esperar y te atienden como el orto. ¿Dónde está la Justicia en el mundo, dóoondeeee? Si Supermán existiera realmente, ya nos habría ayudado.

1 comentario:

  1. Pienso claramente lo mismo que vos, y reconozco que me rei demasiado con tu entrada. Calculo que voy a seguir el blog, porque me entretiene ver lo que publicas :)

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