lunes, 26 de marzo de 2018

Cuando paró en el quiosco y pidió una gaseosa, no la eligió: el quiosquero simplemente tomó la lata al azar de la heladera.
No lo sabía, pero había comprado la lata ganadora. La del premio de un millón de dólares escrito en el fondo.
Sin saberlo, la abrió y empezó a tomar. ¡Qué alivio! Hacía tanto calor...
No sabía que tenía en su mano derecha la lata ganadora, pero ya había pensado más de una vez qué haría en caso de ganar un premio así.
Primero, tapar todos los agujeros de las deudas. Después, un par de casas, o tal vez departamentos, para dejarle algo a los chicos. Y ahí sí, comprarse la moto y salir a recorrer.
Cambió la lata de mano para que le pegue menos el sol.
Ignorando que se trataba de la lata ganadora, siguió tomando mientras cruzaba la avenida rapidito para no derretirse ante el calor.
No sabía que iba a ser dueño de un millón de dólares cuando dio el último trago, largo, la dosis final de dulzura y frío antes de volver al tedio del trabajo.
¡Listo! Ahora sólo tenía que cerrar un ojo y con el otro espiar por el agujerito para ver el fondo y encontrar el mensaje que cambiaría su vida para siempre.
Sin saber que tenía en su poder la lata ganadora, la del premio de un millón de dólares, la estrujó con un suave movimiento de la mano y la tiró en el tacho de basura común. Y volvió al laburo.

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