A fines de la época republicana romana, el río Rubicón marcaba la
frontera entre el territorio de Roma, al Sur, y la provincia de la Galia
Cisalpina, al Norte. Esto implicaba que ningún general podía cruzarlo
con sus ejércitos en dirección a la capital, para evitar golpes de
estado y problemas militares internos.
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Cuando la República se
encontraba a las puertas de la Segunda guerra civil, Cayo Julio César
llegó con sus tropas a la orilla Norte del Rubicón. Sabía que si traspasaba
la frontera se iba a armar quilombo y no habría marcha atrás. Pensó y
pensó y tomó una decisión. Dijo "Ya fue, que se pudra todo", que en
latín se dice "Alea iacta est". Hay quienes lo traducen mejor como "La
suerte está echada" o "Los dados fueron lanzados".
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Cruzado el
río, Julito venció a los conservadores liderados por Pompeyo e inauguró
un gobierno autocrático. Pero esa es otra historia, al igual que sus
batallas previas con Ásterix y sus encuentros con Cleopatra.
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La expresión "Cruzar el Rubicón" nos quedó para hablar de esa acción que
nos lanza hacia algo con consecuencias irreversibles y donde sólo nos
queda avanzar. Algo similar a "Quemar las naves".
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Hay gente
que cruza el Rubicón alguna vez en su vida. Otros, lo atraviesan tantas
veces que ya les hacen un carnet de viajeros frecuentes. Y hay quienes
pasan todos sus años en la orilla, mirando hacia el otro lado haciéndose
visera en los ojos con la mano, imaginando qué hay más allá. Pero nunca
se atreven a cruzarlo.
¿Vos cuál sos?
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