jueves, 12 de marzo de 2020

Y renunció a sus acciones

Hoy cambié mi número de teléfono. Y cada vez que pasa eso, tengo un ritual que cumplir.
Todo comenzó a finales de los '90. El profesor Adolfo nos convocó a varios de la división a una prueba un martes a la noche, para conformar el representativo del colegio en nuestra categoría. En una institución con fuerte presencia futbolera, por donde había pasado uno de los mayores goleadores argentinos, ser parte de "la Selección" — así llamaban al equipo — era todo un privilegio.
Me presenté esa noche con mis ocho o nueve añitos y mis zapatillas blancas, porque no tenía botines. Era un defensor sin visión de juego aunque muy eficaz en espacios chicos, pero jamás había jugado en cancha de once. No sabía dónde pararme, ni cuándo correr, ni cuándo quedarme quieto, ni cuándo salir. Jugué primero para los de pechera y después Adolfo me cambió y me puso con el otro equipo. Creo que nunca terminé de entender qué estaba haciendo ahí.
Un par de días después, a través de mi amigo Nahuel, el profesor me mandó a decir que por el momento no fuera más, "pero que, ante cualquier cosa, él me llamaba".
Pasó un tiempito y no me llamó. Pero nunca me resigné. Es por eso que aún hoy, más de veinte años después, cada vez que cambio el número le aviso a Adolfo en caso de que me quiera convocar para la Selección.

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