Hoy cambié mi número de teléfono. Y cada vez que pasa eso, tengo un ritual que cumplir.
Todo comenzó a finales de los '90. El profesor Adolfo nos convocó a
varios de la división a una prueba un martes a la noche, para conformar
el representativo del colegio en nuestra categoría. En una institución
con fuerte presencia futbolera, por donde había pasado uno de los
mayores goleadores argentinos, ser parte de "la Selección" — así
llamaban al equipo — era todo un privilegio.
Me presenté
esa noche con mis ocho o nueve añitos y mis zapatillas blancas, porque
no tenía botines. Era un defensor sin visión de juego aunque muy eficaz
en espacios chicos, pero jamás había jugado en cancha de once. No sabía
dónde pararme, ni cuándo correr, ni cuándo quedarme quieto, ni cuándo
salir. Jugué primero para los de pechera y después Adolfo me cambió y me
puso con el otro equipo. Creo que nunca terminé de entender qué estaba
haciendo ahí.
Un par de días después, a través de mi amigo Nahuel,
el profesor me mandó a decir que por el momento no fuera más, "pero que,
ante cualquier cosa, él me llamaba".
Pasó un tiempito y no me
llamó. Pero nunca me resigné. Es por eso que aún hoy, más de veinte años
después, cada vez que cambio el número le aviso a Adolfo en caso de que
me quiera convocar para la Selección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario