lunes, 5 de noviembre de 2018

Como si nada, entró al subte ese grupito de cinco, todos disfrazados. Alf, Superman, Bob Esponja, el Genio de Aladdín y Pikachu. Empezaron a interactuar entre ellos a los gritos y armaron una escena absurda en aquel viaje de media tarde.

Él estaba apoyado contra una de las puertas del lado del que no se abren, mirando la situación de cerca. Primero, con un poco de sorpresa, hasta que el esfuerzo por contener la risa le impuso una mueca rarísima, con los labios formando una especie de letra S acostada. Instintivamente necesitó no sentirse solo antes de largar la carcajada y buscó con la mirada un cómplice para poder reírse juntos.

Repasó a los pasajeros cercanos. El tipo de barba iba concentrado en su libro. La mina de campera roja estaba protegida del mundo por sus auriculares. La vieja sólo estaba preocupada por abrazar a su cartera.

Hasta que la vio y se cruzaron sus miradas.

Ella tenía la misma mueca de carcajada reprimida pero sus ojos ya se estaban riendo. Por una razón que él no podía explicar, la complicidad que sintió en esa mirada le dio la sensación de que se conocían desde siempre.

Tanto, que empezó a recordar cosas que aún no habían sucedido.

Pensó en esa noche de verano que pasaron tirados en el piso de la terraza a pura risa y estrellas. Recordó aquel viaje a España, donde vieron el atardecer en el mar en Finisterre.

Se rieron juntos de ese grupo de disfrazados en el subte y ella se quedó mirándolo con una sonrisa.

Ese gesto le trajo a la cabeza más cosas que todavía no habían vivido, como el día en que ella se recibió y festejaron bajo la lluvia. O los sánguches que comían en el puestito de aquella plaza y él siempre se olvidaba de pedir el suyo sin tomate. Las peleas que terminaban en abrazos.

Alf y Bob esponja se pusieron a cantar. Ella empezó a imitarlos haciendo la mímica, mientras no dejaba de sonreírle con ese brillo en los ojos.

Él recordó ahí el día en que adoptaron a Pipo, hermoso ejemplar de raza puro perro. Y cómo ella se aguantaba esas películas aburridísimas que le gustaban a él sólo por hacerle el aguante. También aparecieron en su cabeza aquellas tardes echados en el sillón, con ella leyendo con la cabeza apoyada en su regazo y él acariciando sus cabellos.

El subte se detuvo y las puertas se abrieron. Sin dejar de sonreír, ella le dedicó una última mirada y se bajó.

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