miércoles, 22 de diciembre de 2010

Síganlo, no los va a defraudar

- ¡Pero, la pucha! ¡Con este clima! - se quejó apesadumbrado el ex presidente, de pobladas patillas él. Debido a las inclemencias meteorológicas, el avión que lo transportaría desde Santa Fe hasta su La Rioja natal no podría despegar por unos días, ya que había lluvias previstas para toda la semana.
- Vamos a tener que ir en el auto, Don Carlos.
Emprendieron el largo viaje.
Mientras tanto, a unos cientos de kilómetros de allí, un hombre de ojos achinados y bigote fino esperaba, aguantando estoicamente esa densa lluvia que azotaba a aquella región del país.
Sabía que pasaría por ahí en cualquier momento; lo sabía desde la noche en que ella le habló en sueños. Tan seguro estaba de lo que iba a hacer este paisano, que no le importaba la lluvia. Por eso descartó refugiarse en la vieja estación ferroviaria abandonada, que estaba cerca de aquella ruta. Prefirió quedarse junto al camino, con la mirada fija en el horizonte, aguardando.
Luego de unas horas, vio una luz que se acercaba a toda velocidad. Miró alrededor: sólo se veía campo, recibiendo sediento esa imponente lluvia que hacía tanto no llegaba. Y a un lado, solitaria, triste, la derruida estación.
El paisano se acomodó la pistola en el cinturón, confirmando que estaba ahí, y se paró en medio de la ruta agitando los brazos, como pidiendo que lo lleven a algún lado.
El automóvil negro casi lo atropella; si bien era de día, la ya insoportable lluvia hacía difícil la visibilidad. Cuando el vehículo se detuvo, la ventanilla trasera derecha se bajó, y asomó la cabeza el ex presidente, quien dijo rápidamente:
- ¡No se moje más, muchacho! ¡Suba que hay un lugar!
El paisano no contestó, sólo lo miraba fijamente. Al no recibir respuesta, el ex mandatario abrió la boca para insistir, pero el extraño ya había desenfundado. Menos de un segundo después, estaba disparando sobre la cabeza de Carlos Saúl Menem, quien murió en el acto, con la cara llena de agujeros.
Las tres balas restantes fueron para el conductor del auto y los dos acompañantes. Dejó sus cadáveres allí, y sólo tomó el del líder riojano. Lo arrastró hasta la estación abandonada y lo enterró junto a las vías, oxidadas y cubiertas de yuyo.
En ese momento, la lluvia cesó, las nubes se disiparon y un sol radiante inundó el paisaje. El paisano se sacudió el barro de las manos y sacó una foto de Norma Plá del bolsillo de su pantalón.
Respiró hondo, miró al cielo y besó la imagen, sintiéndose lleno de paz.

3 comentarios: