viernes, 24 de julio de 2020

Ajedrez II - Negras

Roberto miró el tablero una vez más. Prestó atención a cada detalle, a la posición de cada pieza, para asegurarse de que la jugada era correcta y que tenía todo bajo control. Respiró profundamente, mantuvo el aire en sus pulmones unos segundos para generar suspenso y movió la torre tres casilleros hacia adelante. Mientras exhalaba, dijo en un suspiro:
— Jaque mate.
Víctor no salía de su asombro. Había estado practicando todo el verano para poder ganarle a su rival por primera vez. No importaba qué tanto se esforzara; Roberto, el gran campeón, siempre lo vencía. No contento con eso, iba al bar y se lo contaba a todos, para que se burlaran de Víctor, el eterno perdedor.
Pero ya no más. Este sería el último. Sacó el Tramontina de entre su ropa y lo hundió en el corazón de Roberto, que cayó de la silla mientras se aferraba al mantel y las piezas se desparramaban por el suelo. Víctor lo miró con bronca y soltó las palabras que llevaba conteniendo por años:
— Jaque mate.
Sin embargo, tanta energía puesta por Víctor en el ajedrez lo privó de algunas nociones básicas de anatomía. Había faltado al colegio el día que explicaron que el corazón está inclinado hacia el lado izquierdo y no hacia el derecho. Entonces, Roberto no murió. Con el cuchillo aún enterrado en el pecho, se levantó, tomó la silla y se la partió en la espalda a Víctor en un golpe mortal, mientras pronunciaba la frase obvia:
— Jaque mate.

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