jueves, 30 de septiembre de 2010

La tercera posición

Cuando Roberto Arlt oyó decir por televisión a Mauricio Macri que tenía intenciones de pelear en la interna del peronismo, echó una larga carcajada, y enseguida supo sobre qué iba a escribir su aguafuerte para la revista Barcelona.
Al día siguiente, el General Perón compró esa publicación en un quiosco de revistas sobre Avenida del Libertador, mientras sacaba a pasear a uno de sus caniches. Pasó por una panadería cercana, pidió una docena de facturas, y volvió a su casa. Barcelona era el único material de lectura que compraba; se había acostumbrado a leer diarios y libros por internet.
Se indignó muchísimo cuando leyó el artículo de Arlt. No es que se hubiera molestado con la prosa ácida y aguda del escritor. De hecho, le causó gracia la forma en que caracterizaba a todos los personajes del peronismo, actuales y antiguos. Pero lo que irritó al General fue darse cuenta de la enorme cantidad de políticos que se decían peronistas, cuando en realidad estaban en las antípodas de su pensamiento.
Tras pensar unos segundos, llamó a su secretario.
- ¡Lopecito! Tráigame mi agenda. Empecemos a mover las fichas, que voy a presentar mi candidatura presidencial para 2011.
López Rega, su asistente desde hacía décadas, no pudo evitar fruncir el entrecejo. ¿Perón, a elecciones? Aunque seguía siendo influyente en el movimiento, el anciano líder se había alejado tiempo atrás de los cargos públicos. ¿Qué estaría tramando? Se dio cuenta que no conocía a su Jefe tanto como creía hacerlo. Siempre lo sorprendía con algo.
Cuando López Rega le alcanzó la agenda, Perón comenzó a recorrerla con la vista, lentamente, pensativo.
- Necesito un buen vicepresidente para refundar el peronismo, alguien con quien tenga afinidad, con experiencia, pero que no tenga una imagen pública desgastada... - reflexionó en voz alta.
- General, no creo que exista nadie así. – opinó su secretario.
- ¡Ya sé! Alcánceme el teléfono, voy a llamar a Rosas. Ojalá estuviera vivo San Martín, seríamos un trío imparable.
- Mmm, ¿le parece? Hace años que Rosas vive en Inglaterra, no puede ser candidato a vice... además no creo que quiera ser segundo de nadie, vio que siempre quiere ser el que manda.
- Lopecito, no se hable más. Lo llamo, le pregunto y vemos.
Acto seguido, tomó el teléfono y marcó el largo número.
- Hola, ¿Juan Manuel? Le habla Perón.
- Ah, ¿qué hacés Pocho, tanto tiempo? – se escuchó del otro lado. Rosas era de las pocas personas que tuteaban al General.
- Bien, bien, renegando. Mire, don Rosas, lo llamo porque estoy reorganizando el movimiento, hay que depurarlo un poco, y planeo presentarme a las presidenciales del año que viene.
- Mirá qué interesante. ¿Y qué pasa? ¿Necesitás ayuda?
- Bueno, justamente le quería ofrecer la vicepresidencia.
- ¡Epa! Sería interesante volver a la patria querida. Pero hace añares que no vivo en Argentina, acordate que esa dichosa Constitución no me va a dejar ser candidato.
- Eso se arregla fácil, no hay problema, lo han hecho tantos ya. ¿Cuento con usted para un nuevo gobierno nacional y popular?
- Sí, bueno. Pero esperá. Te propongo algunas reformas. Podemos llevar la capital a otro lado, y que toda la renta del puerto quede en Buenos Aires, ¿te parece?
- Es una locura Rosas, ¿qué dice? Nos van a matar. – replicó Perón, asustado.
- Pocho, es la oportunidad de que la capital esté de tu lado, ¿qué esperás? Siempre hay que dividir todo entre las provincias, que reclaman y reclaman pero no aportan nada. Dale.
- No, Rosas, mire. Olvídese. No fue buena idea esto. – dijo Perón rápidamente. Y cortó.
El curioso llamado dejó pensando al ex gobernador de Buenos Aires. Tal vez sería un buen momento para abandonar el largo exilio y volver a la vida política argentina.
Al día siguiente, todos los canales transmitieron el arribo de Don Juan Manuel de Rosas, el Restaurador, al aeropuerto de Ezeiza. Allí manifestó su intención de revivir al viejo Partido Federal, y presentarse como candidato a presidente. Perón observó atónito todo esto, y decidió no perder tiempo en su nueva empresa.
Fiel a su estilo maniqueo, decidió convocar como acompañante de fórmula a un hombre del interior, para contraponerlo al extremo “porteñismo” manifestado por Rosas. Quizá el Restaurador ganaría en la capital, pero él debía triunfar en las provincias.
Para ello, reunió en el living de su casa de Gaspar Campos a las principales figuras del peronismo nacional, kirchneristas y opositoras, y les comunicó su intención de ser presidente de nuevo. Todos se miraban de reojo, sorprendidos, pero ninguno se atrevía a decir nada. ¿Quién iba a osar rechazar semejante idea de Perón y enfrentarse con él en internas? Así, todos aceptaron la candidatura del líder, algunos de más mala gana que otros.
El nuevo candidato del Partido Justicialista aprovechó la reunión para presentarles a su compañero de fórmula. Nuevamente, los asistentes se miraron entre ellos, asombrados y enojados por no haber sido elegidos. Tras explicar su estrategia de obtener votos en el interior, hizo pasar a la sala a José Luis Rodríguez, su vice, ante los rostros atónitos de los viejos dirigentes.
Rodríguez era el intendente de Santa Isabel, un pequeño pueblito perdido en el medio de La Pampa, rodeado de verdes campos que se extendían más allá del horizonte. Hombre sencillo y de pocas palabras, conocía los secretos de la vida rural y constituía la carta de Perón para conquistar los votos del interior.
Mientras tanto, Rosas también buscaba quien lo acompañe en su fórmula. Decidido a explotar el prestigio de viejos próceres, convocó a Mariano Moreno, quien se vio atraído por la política de centralizar aún más el poder en Buenos Aires. Tenían diferencias en cuestiones referidas a las libertades individuales, que Moreno defendía a muerte, y el catolicismo de Rosas chocaba con el laicismo de su socio.
Sin embargo, siguieron adelante, y la dupla tuvo gran éxito en las encuestas de intención de voto en la ciudad y algunas zonas del conurbano, mientras que en el interior dominaba el tándem Perón - Rodríguez.
Una vez oficializadas las candidaturas, las campañas comenzaron a toda marcha. Los dos principales contendientes, Rosas y Perón, el Restaurador y el General, inundaban el país con propaganda y promesas.
Rosas proponía la devolución de la renta aduanera a Buenos Aires, mejorar el ejército, reforzar la seguridad interna y romper relaciones con las potencias Europeas.
Perón, por su parte, promovía la nacionalización de los servicios (en especial de los ferrocarriles), la reactivación de la industria y la asistencia a los sectores más desprotegidos de la sociedad.
"Rosas para la Rosada", rezaban los afiches rosistas. "Rosas o Celestes y Blancos", se leía en los peronistas.
Durante la disputa, Roberto Arlt se divertía horrores escribiendo sobre los parecidos y diferencias entre Perón y Rosas, y sobre lo que consideraba peor que los nuevos políticos: los viejos.
Los candidatos se chicaneaban constantemente por televisión. Antes de concluir la campaña, Mirtha Legrand invitó a su programa a ambas fórmulas, que accedieron pese a ser líderes populares y no encajar en el ideal de "la diva de los almuerzos".
La charla en la mesa fue respetuosa y amena; la personalidad campechana de Rodríguez, el vice de Perón, cautivaron a la anfitriona y a la audiencia, mientras que del otro lado se evidenciaban las diferencias entre Moreno y Rosas. Parecía que la balanza se inclinaba para el lado del General.
Sin embargo, mientras tomaban el café en el living antes de finalizar el programa, Perón prendió fuego un billete de 20 pesos, a modo de provocación. Rosas se enojó y hubo un fuerte cruce de palabras y algunos empujones, pero la cuestión no pasó a mayores, gracias a la mediación pacífica de Mirtha. Pero los analistas políticos estaban desconcertados: no sabían cómo iba a afectar lo acontecido a la imagen de los candidatos.
Finalmente, llegó el domingo de las elecciones. Los comicios se llevaron adelante con tranquilidad, sin disturbios. Desde temprano, todos los medios estaban presentes en los búnkers de los candidatos, a la vez que elucubraban posibles escenarios utilizando los típicos eufemismos para no mencionar a nadie.
No obstante, a medida que avanzaba el día, las encuestas de boca de urna daban resultados insospechados. Parecía que ni Rosas ni Perón eran los triunfadores; apenas habían arañado un 20% cada uno. Los rostros de desasosiego se multiplicaban en los refugios partidarios. Nadie podía creer que después de tal despliegue, ninguno de los dos ganara.
En el ambiente político imperaba el nerviosismo. ¿Qué modelo de país vendría a continuación? ¿Habría alguien capaz de solucionar los conflictos?
Al otro día, finalmente, se conoció el resultado oficial. Había ganado un hombre sin experiencia en política, pero con gran capacidad de administración y llegada en la gente, tanto del interior como de Capital; algo que los dos contendientes principales no habían sabido aunar.
El nuevo Presidente de la República sería el candidato del Partido Bolivariano: Marcelo Hugo Tinelli.

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