martes, 16 de marzo de 2010

Oda a la Lela

Si en algún momento de la vida llego a lograr algo mediante el uso del lenguaje escrito (ya sea como periodista, escritor, sociólogo o empleado del registro civil de los que llenan formularios), sin dudas será gracias a mi abuela. Ella, que se encargó de cuidarme hasta mis cuatro años cuando mis padres estaban laburando, tuvo vital injerencia en el proceso de aprendizaje de la lecto escritura, que logró que en poco tiempo y en base a una candorosa paciencia, pudiera incorporar los rudimentos básicos de la lengua castellana y fuera el niño mimado de la maestra de jardín.
Esta señora, Lela, como siempre la llamé, es la mamá de mi mamá. Vivió mucho tiempo en el sur del conurbano y un tiempito en Florida, pero posee una profunda porteñidad y un gran amor por su Ciudad de Buenos Aires. Tengo algunos recuerdos aislados de aquella tierna infancia. Me acuerdo cuando me llevaba caminando de la mano hasta el jardín, que quedaba a la vuelta de casa, y yo cantaba a los gritos "No sé tú". Me acuerdo de pasar horas y horas en el sótano del edificio donde ella vivía, del cual mi abuelo era encargado. Ahí mi abuela hacía unas milanesas de la gran puta que deslumbraron a mi viejo la primera vez que fue a comer.
La tuve lejos muchos años; ahora que estoy cerca me gusta visitarla seguido. Cada vez que voy a la casa me recibe con Coca y alfajores Jorgito de chocolate, haciendo parecer que nada ha cambiado desde aquellos comienzos de la década del '90. También me llena de monedas para el bondi, que hoy en día se cotizan mejor que la soja pese a la irrupción de la tarjeta magnética. Hablamos de política, de historia, de la facultad, de fútbol. Si está lindo, vamos a tomar mate al balcón y mirar a la gente ajetreada con su rutina, yendo de aquí para allá. Realmente estas visitas no tienen desperdicio.
La televisión sensacionalista ha calado fuerte en ella; tiene la imagen de que en la calle estamos todos a los tiros, viviendo como en el Wild West estadounidense. Así que no ahorra en recomendaciones: "llevá la plata bien guardada", "empezá a sacar la llave del bolsillo en la esquina", "no crucés por la plaza", "no te quedés dormido en el colectivo", entre otras. También su salud le juega malas pasadas, pero la mayoría están en su imaginación. Es más fuerte de lo que cree.
Esto ha querido ser una especie de homenaje, de reconocimiento a mi abuela por todo lo que me dio y me sigue dando. Aunque, como siempre, me parece que me quedé corto. Considero que las palabras son geniales cuando se trata de describir pensamientos, pero para los sentimientos se vuelven limitadas y poco significativas. Creo que lo que más vale de esto es la intención de agasajarla y decirle "gracias, te quiero mucho", intención que podría ser mejor llevada a cabo tomando algo en San Cristóbal, en La Casa de Aníbal Troilo, y escuchando un buen tango.

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